Haití fue el primer país latinoamericano en independizarse. Allí nació Henry, un estudiante que en 1974 debió exiliarse en Argentina para huir de la cruel dictadura de los Duvalier. Durante cuatro décadas militó y organizó espacios de integración, tanto en Port au Prince como en Córdoba. Micaela González Valdes narra su historia, la de Eddyson y la de una comunidad diaspórica de más de quinientas personas.
Segundo piso del Pabellón España, uno de los edificios más antiguos de la Ciudad Universitaria cordobesa. En un aula pequeña, íntima, más parecida a la habitación de una casa que a un espacio académico, Henry Boisrolin le explica a diez estudiantes de la carrera de historia los pormenores de la revolución haitiana de principios del siglo XIX. El encuentro es parte de un Seminario sobre Revoluciones Latinoamericanas; los/as presentes lo escuchan atentas/os, toman nota en sus cuadernos y esperan el momento para hacer alguna pregunta ó esbozar un aporte, aprovechando la calidez de la clase. Henry Boisrolin es el profesor invitado; es haitiano. Y es negro.
Mientras pasan los minutos Henry habla sobre la revolución de su país. Habla del sistema colonial, del rol de Desallines y Toussaint Louverture como líderes de la insurrección-, de los esclavizados/as fugitivos/as que vivían en las montañas, a quienes denominaban ‘cimarrones’. Y de Mackandall, uno de aquellos fugados, quien años antes de la revolución arengaba y ensayaba la revuelta, el cual Henry afirma, acompañó en espíritu el levantamiento esclavo y el triunfo de la revolución, luego de ser ejecutado. También habla de la miseria y la opresión. Para aquellos/as jóvenes y adultos/as, que trabajaron muy poco estos temas durante la carrera universitaria, pareciera abrirse un portal hacia una parte invisibilizada de la historia que mezcla inquietud con indignación.
Ese día, entre las frases que el profesor cita, un fragmento de la constitución de Haití de 1805, queda resonando en el Pabellón España:
—“Todos los ciudadanos, de aquí en adelante, serán conocidos por la denominación genérica de negros”.
La flamante nación haitiana, nacida tras un levantamiento de esclavizados y esclavizadas, estaba proponiendo a inicios del siglo diecinueve una nueva idea de sociedad.
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Los años setenta fueron épocas convulsionadas en América Latina y el Caribe. Dictaduras cívico-militares se instalaron en muchos países de la región, mientras la guerrilla y los intentos revolucionarios daban sus últimas batallas. La represión y violencia estatal y paraestatal pusieron su sello a la década. La llegada de Henry hacia 1974 coincidió con las posibilidades de estudiar una carrera universitaria en la Argentina y un auto-exilio político, a propósito de la cruel dictadura de la familia Duvalier iniciada en 1964. Conocido popularmente como el ‘PapaDoc’, Franscois Duvalier fue responsable del asesinato de al menos treinta mil haitianos/as, y del exilio de más de medio millón de compatriotas. Tras su muerte en 1971, lo sucedió su hijo Jean Claude -‘Baby Doc’-, continuando con el terror en Haití. Para un joven que finalizaba sus estudios secundarios y militaba en las filas del Partido Comunista haitiano, la isla caribeña no era segura, ni presentaba grandes oportunidades: la Universidad Estatal estaba reservada para partidarios del régimen, y tampoco las instituciones privadas de educación estaban exentas de persecuciones y asesinato a opositores.
En la ciudad de Córdoba ya había algunos/as migrantes haitianos/as asentados/as desde una década atrás y durante esos años llegaron algunos/as más.
—No es como ahora. En aquel momento vivían en la ciudad veintiuno o veintidós haitianos, en su mayoría hombres— recuerda Henry.
Los/as hatianos/as conformaban un colectivo pequeño en relación a las casi ochocientas mil personas que habitaban el Gran Córdoba. Entre ellos/as se conocían: todos/as habían venido para estudiar en la Universidad. Por lo general, sus familias les enviaban dinero para que pudieran estudiar sin tener que trabajar. Aunque tanto a él como a otros/otras compatriotas lo movilizaban intereses extra-académicos.
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Cuando llegó, Henry se sentía como un bicho raro al caminar por las calles cordobesas. Las miradas y la sorpresa al ver su figura, alta y morena eran parte de la cotidianeidad. No hablar el castellano como lengua materna y tener piel oscura en un país que poco ha problematizado su pasado afro era difícil. Ahora habla con un casi perfecto acento cordobés: te trata de “vos” y algunas de sus palabras salen cantadas. Es docente en el Instituto de Culturas Aborígenes de la ciudad, participa en distintos espacios sociales y educativos: lejos parecen quedar los días donde sentirse parte de la sociedad cordobesa representaba un desafío.
El sentimiento de discriminación estuvo presente más de una vez, cuenta Henry, aunque no se puede generalizar. Algunas veces pensaron que era jugador de básquet, o músico por su color de piel. También, en ocasiones lo insultaron, simplemente, por ser negro. Pero no todos los argentinos tuvieron ese trato. Por eso decidió que su comunidad, aunque fuera pequeña, tenía que buscar estrategias de inserción. De allí que Henry no tardó mucho en empezar a organizarse.
—La historia tiene un peso.
Para Henry y sus compatriotas rescatar el pasado de su país y reivindicar sus luchas por la libertad, resultaba muy importante. Por eso, organizaron encuentros para discutir y mostrar su historia nacional, alejada de las visiones colonialistas, y acercarla a los y las argentinos/as interesados. También celebraron fiestas y conmemoraciones de Haití como un modo de interactuar.
Desde su llegada a Córdoba, existieron distintos intentos de formar centros de participación haitiana. Sin embargo, el golpe de estado 1976 obligó a Henry a reducir la participación pública.
—Nos robaron, entraron en nuestras casas, sufrimos muchos atropellos por parte de los grupos parapoliciales.
La situación política era difícil en Argentina. Aunque después de los años de represión Henry volvió a organizarse. Junto con distintos/as compañeros y compañeras fueron parte de variadas luchas contra las injusticias, propias y ajenas, a lo largo de las décadas siguientes. Destaca como logro colectivo conseguir la renuncia del cónsul haitiano en Córdoba afín a las dictaduras militares en Argentina y Haití. También, como militante del Partido de la Liberación en aquellos años, acompañó diversas movilizaciones, como las luchas contra las privatizaciones entre otros tantos reclamos sociales de la década del ochenta y noventa.
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Hay un pequeño corte de calzada en la Avenida Figueroa Alcorta, Ciudad de Buenos Aires. Algunos/as manifestantes tienen carteles: exigen nuevos representantes. Detrás, acompañan encolumnados algunos partidos de izquierda. Allí está Henry, participando activamente del reclamo. Es 1986 y la embajada de Haití en Argentina fue ocupada por migrantes haitianos/as que desconocían las autoridades designadas a la institución desde su país.
Ese mismo día, a 6092 kilómetros de Barrio Norte, Jean Claude Duvalier, sucesor de la dictadura en Haití, huía de aquel país, dando inicio a un nuevo período político en la isla, que perseguía el objetivo de construir una verdadera democracia. Los vaivenes de la política haitiana y las manos extranjeras en el territorio, pronto demostrarían que la democracia no sería -ni es al día de hoy- un objetivo sencillo de alcanzar en aquel punto del Caribe.
Fue en aquella jornada en Buenos Aires cuando hizo el Comité Democrático Haitiano hizo su primera aparición pública. Henry fue su primer secretario, y desde 1995 es su coordinador. Ese rol lo mantiene en la actualidad visitando Haití con regularidad para organizarse con sus compañeros/as. También el Comité de Solidaridad con Haití ocupa su tiempo. Otro espacio de activismo, que cuenta con numerosos apoyos de organizaciones y personalidades de distintos países de Sudamérica. Allí, se aúnan esfuerzos internacionales para remover la ocupación extranjera en el país y cesar las violaciones de los derechos humanos. Justicia y una verdadera democracia en Haití es el horizonte.
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Haití fue la primera colonia latinoamericana en independizarse. El levantamiento duró doce años, entre 1791 y 1803, una revolución a manos de esclavizados que puso fin a siglos de opresión francesa. En los años siguientes, además, buscó extender su solidaridad a otras colonias del continente y apoyó sus luchas por la independencia.
Una vez libre, la nueva nación intentó construir los cimientos de una sociedad en donde, a contramano de las creencias racistas reinantes en aquel entonces, la negritud significara orgullo, reivindicación. La historia tiene un peso.
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El 12 de enero del año 2010 La Española tembló. La isla caribeña compartida por República Dominicana y Haití sufrió un terremoto con epicentro a unos kilómetros de Puerto Príncipe, capital haitiana. La magnitud de los daños para dicho país resulta al día de hoy, incalculable. Alrededor de trescientas mil personas se estima que murieron, otras tantas resultaron heridas y los destrozos materiales se extendieron. Edificios públicos, hospitales y miles de viviendas se derrumbaron. Los servicios de luz y agua se interrumpieron. Además de las fallas y fracturas en las construcciones, se hicieron visibles las grietas de una sociedad empobrecida, condenada al endeudamiento desde su independencia y, posteriormente, castigada por las ocupaciones militares extranjeras, la corrupción de sus gobiernos, y la dependencia económica al crédito internacional.
Pese a que emprender un proyecto de migración ya era una opción escogida por muchas personas haitianas desde hacía décadas, tras el terremoto de 2010 y el huracán Mathew en 2016, la cantidad de haitianos y haitianas que se desplazaron a distintos lugares del mundo en búsqueda de oportunidades incrementó, como indican múltiples informes de la OIM. Muchos/as haitianos/as buscaron un nuevo hogar en ciudades y destinos que hasta el momento no eran tan populares para la población de la isla como Brasil, Chile, Venezuela y Argentina entre otros.
Eddyson Damas es uno de los casi quinientos jóvenes haitianos/as que vive en la ciudad de Córdoba. En 2016 migró desde Les Cayes a Córdoba, donde estudia Ingeniería Civil y Sociología. Eddyson cree que la migración se transformó en una opción importante para los/las jóvenes de los sectores medios que terminan el secundario en Haití.
—Dejamos el país para estudiar, y si es posible, regresar algún día
Su llegada a Argentina no fue azarosa. La promoción del derecho a la educación en el país resultó clave. Migrar para hacer una carrera, dice, fue la mejor decisión que pudo tomar. Aunque el proceso estuvo lleno de dificultades: existen muchas trabas burocráticas para el ingreso de ciudadanos/as haitianos/as. Fue por eso que con un grupo de amigos/as hatianos/as organizó un espacio de estudios para los exámenes de convalidación de secundario, de idiomas y los propios ingresos a las facultades.
La organización fue más allá. Con el tiempo, las inquietudes crecieron y se materializaron en lo que hoy es el Konbit: Club Cultural Haitiano en Córdoba. El Konblit es un espacio de encuentro entre connacionales en en el que se desarrollan múltiples actividades vinculadas a la difusión de la historia y la cultura haitiana. La historia tiene un peso.
Eddyson y sus compatriotas tienen que luchar en el día a día contra los estereotipos y las distintas formas de discriminación.
— Como cuando la gente asume que soy extranjero y pobre por ser negro y haitiano. Eso es moneda corriente —dice.
También las fuerzas policiales y los medios de comunicación han discriminado a su comunidad. Como el día en que a uno de sus compatriotas le hicieron un allanamiento ilegal en su domicilio. Los medios que cubrieron el hecho hablaron de un ‘robo en manos de un haitiano’. El supuesto caso se desinfló y la prensa lo dejó de cubrir, pero las disculpas a su compatriota, a la comunidad, nunca llegaron. Recuerda esta y todas las otras vulneraciones y desigualdades, y resume en una frase cómo enfrentarlas.
—La integración es todo un proceso. Hace falta mucha voluntad.
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Henry ingresa sonriendo por la puerta de un aula mediana de la Facultad de Medicina de la UBA y saluda a compatriotas e investigadores. Hace calor y hay humedad: es noviembre de 2019 en Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Allí se está desarrollando un encuentro sobre migración haitiana. Sus más de cuarenta años en Argentina lo hicieron conocido en este tipo de espacios de intercambios, y ese día queda claro que no solo en Córdoba. Unos minutos después ingresa Eddyson. Se disculpa por la tardanza y se incorpora a la mesa.
Las presentaciones, comentarios y experiencias cotidianas van y vienen. Las historias de vida y los relatos se multiplican. Pasan las horas y la jornada se extiende hasta la noche.
Dentro y fuera del salón hay haitianas y haitianos que, al igual que Henry y Eddyson, eligieron la Argentina como su nuevo hogar. Día a día hacen lo posible para que el destino que eligieron al migrar los/as contenga, valore y respete. Al mismo tiempo, extienden su solidaridad y su mano amiga a quienes van llegando al país. La historia tiene un peso.
Julio 2020