Esa salsa: cosa de mujeres

Por: Alejandra Torrijos Arte: Juan Fuji

Para muchas colombianas, el sonido de su infancia es el de la música de Totó La Momposina, Tito Gómez y Faina All Star. Tres de ellas viven en Buenos Aires y hace más de cinco años organizan una fiesta ambulante de salsa. El motivo es simple: ver a la gente bailar. Porque bailar es otra forma de tender puentes entre personas, barrios y memorias.

Al olor dulce del mango y la sensación de un calor tibio y seco se remite Anacaona cuando habla de la salsa. La primera vez que escuchó esa música en su vida fue en La Mesa, un pueblo de clima cálido y 31.000 habitantes ubicado en Cundinamarca, uno de los 32 departamentos de Colombia. Junto con el olor del mango y el calor, a Anacaona la brisa le llevaba de la calle el sonido de una canción romanticona de Tito Gómez: “Lleno el papel de mi infancia con penas y heridas/Y escribo entre páginas blancas todo lo que fue mi vida”.

En su casa en día de limpieza, en la sala y con sus hermanas, dice Micaela que están sus primeros recuerdos de la salsa. En Normandía, un barrio del occidente de Bogotá. Sus cuatro hermanas mayores y ella ordenaban su hogar los sábados, con salsa a todo volumen. Cuando la canción era muy dura, algo con guaguancó, la mayor dejaba la escoba a un lado y se ponía a bailar, a ganarle al ritmo, en frente al ventanal que daba al patio. “¡Bravo! Permíteme aplaudir la forma de herir mis sentimientos” cantaba Justo Betancourt en “Pa bravo yo”. Las demás, repartiéndose de manera horizontal detrás de ella, y mirando sus reflejos en la ventana, intentaban seguirla.

El origen de la salsa en La Candela está en su primer barrio, en una parte muy urbana y humilde de Barranquilla, en la Costa colombiana, un lugar lleno de edificios de cuatro pisos color mostaza y tienditas en las esquinas de cada cuadra que ofertaban esponjas, lavandinas, cera, leche, pan, huevos, golosinas, cerveza, aguardiente y ron. En cada tiendita se sacaban mesas y sillas plásticas a la vereda, en las que vecinos tomaban algún trago y escuchaban la salsa que ponían en Olímpica Stereo, la emisora más popular. Ahí la escuchaba por primera vez, pero la salsa no le gustaba.

Anacaona, Micaela y La Candela se mudaron a Buenos Aires en los primeros años de sus veintes para estudiar. Nutrición, Ciencia Política, Artes. Las tres se conocieron trabajando como meseras en La Catedral del Tango, en el barrio de Almagro. Las tres llevan casi una década fuera de Colombia. A las tres les gusta la salsa y por eso decidieron armar fiestas: por el simple hecho de ver a la gente bailar. 

No siempre fueron tres. 

Primero llegó Anacaona con Juanito, su pareja, desde Colombia. Consiguieron un lugar para vivir en Pilar y su primer trabajo fue en La Catedral del Tango, ella como cajera, él como mesero. Micaela ya se conocía con Juanito desde el colegio en Bogotá. Trabajaba en una agencia de investigación de audiencias e iba a La Catedral al final del turno. Cuando ellos ya estaban por salir, los esperaba sentada en la barra tomando cerveza y escuchando música.

Anacaona y Juanito se fueron a Colombia de vacaciones, justo cuando La Candela llegaba a Buenos Aires y buscaba trabajo. El primer lugar al que tocó la puerta fue La Catedral y allí la acompañó Maga, su compañera argentina de habitación. Le dieron los fines de semana para que reemplazara a “unos tales colombianos”.

Los colombianos, claro, eran Anacaona y Juanito. Cuando volvieron, los primeros días no fueron sencillos. Primero se escanearon: La Candela es una mujer alta, imponente, pelo afro, llamativa. Anacaona es una mujer menuda, con rasgos andinos, ojos rasgados. En Buenos Aires la ven morocha, pero en Colombia es blanca y para La Candela ella era una cachaca, como le dicen a la gente del centro del país. Las dos empezaron con cierta distancia. La algarabía del norte, el frío del centro de Colombia, los prejuicios encontrados. Fue por Juanito, quien se acercó más a La Candela, que se empezaron a amigar.

La Candela se sumó de a poco. Un día de amanecida, cuando ya se habían roto las barreras de lo colombiano, les dio por proponerse hacer una fiesta de salsa. Una buena fiesta de salsa. Con salsas de las duras, las clásicas. De las que se escuchaban en los setenta y ochenta en la época de furor de La Fania All Stars y hacían parte del repertorio de las fiestas familiares en Colombia, en Venezuela, en el Perú y en los países donde la salsa importa. 

Para la fiesta encontraron un lugar, lo decoraron con luces, guirnaldas, velas. Le pusieron un nombre salido de la mezcla de una noche confusa y de una canción de La Sonora Ponceña: “Fuego en el 23”. Después llegó el sonido y alguien puso la música.

La Candela Viva, cuando todavía usaba su nombre de pila y no el de la cumbia de Totó compuesta en 1993, fue la que se lanzó como DJ. En Barranquilla no le gustaba la salsa, aunque era la música que sonaba en la ciudad. “No podía hacer un trayecto sin esa música de fondo”, recuerda. En el barrio, en la calle, en una tienda, en el bus, en el supermercado, todo tenía ese sonido. 

A ella le gustaba el rock. Se vestía de negro y era más bien parca. “Yo no quería ser como la mujer costeña”, dice. Según La Candela el estereotipo impone voluptuosidad, sandalias, maquillaje, pelo liso, coquetería y ritmos tropicales. Empezaba a conocer las temperaturas del otoño en Buenos Aires -“un frío que no entendía”, dice- y a su primer hogar, una habitación pequeña que compartía con Maga, lo calentó con música. Quería mostrarle su cultura, empezó con los discos y le agarró gusto a la salsa. Hasta que sintió que con la música podía tener su ciudad cerca y se dedicó a ser DJ. 

Fuego en el 23 duró poco. Los bailadores que estuvieron en esa fiesta dicen que ha sido la mejor de salsa que se ha hecho en Buenos Aires. En un sótano que parecía estar alumbrado por un fuego cálido, los cuerpos iluminados por luces rojas o amarillas bailaban en parejas, grupos o solos, cantaban una misma canción, una alegre, una melancólica o una de desamor:

Y sigue caminando como yo

Por el camino de los sufrimientos

Y aquel que sufre con resignación

Mata poquito a poco su tormento

La fiesta se volvió popular. Cada semana se acercaba más gente. Hasta que a algún vecino no le gustó el gentío y llamó a la policía. Los agentes no alcanzaron a ver los cuerpos y el baile. Lo que llegaba de música era muy poco. Los organizadores hicieron tiempo con la policía, mientras la gente salía por la puerta de atrás. Después de esa noche la fiesta desapareció para siempre. El grupo de El Fuego se desintegró. Pero Anacaona, Micaela y La Candela querían seguir bailando.

Desde ese momento son firmes en usar sus apodos y en esconder, de cierta manera, su identidad. Sus fiestas no dejan de ser algo clandestinas y hechas por migrantes. Los apodos son todos salidos de canciones y la historia que tienen se mezcla con la vida que las tres quisieron adoptar en la nueva ciudad. 

Anacaona Alonso, india de raza cautiva, de la región primitiva. “Anacaona” (1971) es una canción compuesta por el puertorriqueño Tite Curet Alonso e interpretada por la voz meliflua del también puertorriqueño Cheo Feliciano. Habla de una mujer aguerrida, corajuda que nuclea y agrupa, noble, abatida, pero valentona, Anacaona.

“Micaela cuando baila el bugalú arrebata. Toda la gente la llama la reina del bugalú”. El bugalú viene de una mezcla de ritmos afrocubanos y el soul de Estados Unidos. La canción y el ritmo se hicieron populares por el puertorriqueño Pete ‘El Conde’ Rodríguez y su orquesta. “Micaela” (1967) es una canción para pegar saltitos, para moverse con picardía, con sensualidad. Micaela es menuda, de sonrisa difícil, cuando algo no le gusta lo hace saber. Y es también la que, con licor en mano, más se goza la fiesta y el baile.

Entra la tambora, el fuego. Allá viene La Candela, “La Candela Viva” (1993). La canción es una cumbia de la colombiana Totó la Momposina. La Candela Viva es la dueña de esta y de todas las fiestas. Es una turbulencia, un fuego. Baila sola, inmanejable, arrebatada, florida, de labios rojos, máscara de pestañas y afro alto. Aprendió de salsa en Buenos Aires. Con ¡Qué viva la música!, de Andrés Caicedo, se armó la playlist, a medida que leía e investigaba: Richie Ray y Bobby Cruz, Héctor Lavoe, Roberto Roena, Los Hermanos Lebron. 

Yambeque

Pasó un tiempo sin la movida salsera de Fuego en el 23. Venezolanos, peruanos, cubanos y también argentinos la reclamaban. Charly El Malo, un DJ venezolano radicado en Buenos Aires hace más de 10 años, melómano, buen bailador, conocedor del género, les propuso continuarla y pensaron otro nombre, salido también de La Sonora Ponceña. Volvieron a armar la fiesta: La Yambeque. Charly duró con ellas apenas un tiempo corto. 

No es igual a Fuego, pero se ha mantenido firme los últimos cinco años, ni la pandemia la acabó. La Yambeque ha cambiado de lugar, pero no de esencia: arrastra a los bailadores encendidos por diferentes barrios porteños.

El valor de Anacaona, la firmeza de Micaela y el conocimiento de La Candela hacen de la Yambeque una buena fiesta. Pero no es solo eso, Anacaona ha tejido una gran comunidad. La gente que va a Yambeque tiene historias similares: todos se la rebuscan después de migrar. Gente que, con unos pocos pesos ahorrados en Colombia, como las chicas, vinieron en busca de un futuro. Gente que vino a estudiar porque en Colombia, si no hay privilegios, hay que escoger: se come o se estudia.

Tienen ganas de comprender su país a la distancia. Esta gente va a la salsa, pero también a las manifestaciones en el Obelisco y el Congreso en apoyo a los Paros Nacionales en Colombia en 2019, 2020 y 2021, se encuentra en las organizaciones de migrantes en Buenos Aires, en las manifestaciones artísticas a favor del Sí al plebiscito del 2016. 

Unión, música, festejo y el anhelo de un país diferente. Un país diferente por medio de la salsa. Una utopía

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Un viernes a sus 15 Micaela dijo que se iba a quedar donde una amiga, pero en realidad fue a una fiesta con su noviecito de la época. La amiga no pudo sostener la mentira y alertó a la familia. Micaela, con temor, veía las llamadas de su papá, de su mamá, no contestaba. Como tenía miedo de lo que pudieran hacerle, esa noche no volvió, el sábado tampoco. El domingo retornó a su casa: su papá la golpeó por primera vez. 

A Anacaona le pasaba similar. Limpiaba la casa toda la semana, cocinaba, hacía todo cuanto podía para tener a su madre contenta. Se sometía con tal de tener el permiso para salir el fin de semana. Las discusiones comenzaban con un no rotundo. Ella le debatía hasta que su mamá le decía “haga lo que quiera” y ella hacía lo que quería: ir a bailar. Pero sentía terror cuando en la fiesta  le sonaba el celular. Estaba donde quería, pero la angustia no la dejaba disfrutar.

A La Candela eso no le pasaba. No la dejaban salir, pero tampoco le interesaba la fiesta. No se sabe en qué momento de Colombia el miedo a la calle, a la noche, a los años de violencia por el narcotráfico o por el conflicto armado, se convirtió en un arma de control para las familias, para el Estado. Violencia, miedo, control. Miedo, control, violencia. No se sabe.

De ese miedo huyeron muchos de los colombianos que migran, por lo menos acá a Buenos Aires. Anacaona agrupó por medio de la fiesta a tanta gente, tal vez, para disfrutar sin miedo. Para que ella y otros pudieran bailar sin el temor de un celular timbrando con un reclamo de “¿dónde carajo está?”.

En un momento de soledad, de melancolía, los bailadores saben que pueden zambullirse en la noche porteña, caminar sus calles sin temor, llegar a la fiesta, pagar la entrada, saludar y abrazar, encontrar consuelo.

Anacaona se va. Se va a España en búsqueda de ese futuro mejor. Ya pudo conseguir un poco de libertad. Ahora va por una estabilidad económica que en Argentina es difícil de lograr. Se va Anacaona y con ella se va un poco de Yambeque, de la salsa y de esa familia que consuela en la noche.

Diciembre 2021

*Alejandra Torrijos estudió periodismo y edición en la Universidad Javeriana. Radicada en Buenos Aires desde hace 8 años, actualmente cursa la Maestría en Periodismo Narrativo en la Universidad Nacional de San Martín. Es una de las ganadoras de la beca de Periodismo Performático de la Revista Anfibia. Publicó en Salsa sin Miseria, Revista Relatto y La Cola de Rata.
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