EL VUELO DE LA MARIPOSA NEGRA

Por: Kohay Ornelas – Arte: Gonzalo Gayoso

En la tierra natal de Robenson Glésile, cuando alguien muere, la presencia de una mariposa negra en la casa significa que ese ser querido todavía no se ha ido del todo. “Lo mismo puedo decir de Haití. Su espíritu nunca nos abandona”, dice Robby, que puso una mariposa negra en la tapa de su primer libro de relatos, que es también su primer libro en español, el idioma que en sus primeros tiempos en Rosario –hace once años– intentaba aprender leyendo las hojas de diario que envolvían los huevos. 

Me encuentro con Robby frente al río. Alrededor, los movimientos y los sonidos típicos del parque. Se escucha a una mujer vendiendo torta frita, una niña pasea con su bicicleta y un perro se acerca a saludarnos. Él mira el río, mientras me narra uno de sus primeros recuerdos en el país. Del idioma español, sólo sabía unas palabras. Como no podía pagar para asistir a clases, aprovechaba el periódico que envolvía los huevos y practicaba su vocabulario con ese material. Llegó a la Argentina a la misma edad en que llegué yo, veintiséis años.

Robenson Glésile llegó a Rosario el 15 de diciembre de 2011. Lo dice así, con la fecha precisa. Su idea era continuar la carrera de Medicina que había iniciado en Haití, sin embargo al poco tiempo decidió dejarla por el Profesorado en Francés en el Instituto Olga Cossettini. Robby tiene un vínculo con las palabras que trasciende tanto el estudio académico como el de un migrante que aprende una lengua. Y es que en febrero de 2023 publicó su primer libro de relatos, titulado Papiyon Nwa (Mariposa negra). En la portada aparece una mano que se desprende de la tierra, y en sus dedos se detiene una mariposa. Tiene un subtítulo: Relatos y experiencias de un migrante haitiano. La palabra “haitiano” está resaltada en la tipografía. 

 

Mirar afuera

Me llama la atención que aunque yo no le pregunte demasiado, Robby saque a relucir el primer recuerdo de su contacto con la lengua a través de las impresiones en un papel. Pienso en el primer recuerdo que tengo de él. Y aunque lo conocí en una juntada con personas migrantes de Rosario, tengo presente aquel video que dio a conocer un tiempo antes, a través de redes sociales. El mar de Haití aparece en primer plano y se escucha la voz de Robby diciendo en creole las palabras con las que también inicia su libro: “En Haití, cuando fallece alguien, siempre aparece una mariposa negra que se mete en la casa, en el lugar donde vivía la persona […] La presencia de la mariposa negra en la casa nos hace sentir que la persona no se ha ido, su espíritu está visitando el hogar y a sus integrantes.  Lo mismo puedo decir de Haití. Su espíritu nunca nos abandona. Es una fuerza que nos sigue adonde quiera que vayamos”. 

Le pregunto a Robby si en el momento en que grabó el video, en agosto de 2019, ya tenía pensado escribir un libro. Me responde que aunque no tenía el proyecto concreto, si se habían gestado algunas ideas que posteriormente volcó en la escritura. Ideas o imágenes que fueron consolidándose en el tiempo. Robby empieza a jugar con el perro, que  al cabo de unos segundos se va. 

 

Mirar adentro 

Papiyon Nwa está escrito en español, su contenido son relatos de duelos, desarraigos y transformaciones. Ningún duelo llega y se va por sí solo. Los finales son comienzos que, a su vez, conducirán a otros lugares. Me pregunto qué sucede con la propia lengua cuando se ha llegado a un país que tiene otra. Y cómo se almacenan las imágenes en la memoria. Y si esa lengua del nuevo lugar nos habilita otro canal de escucha y expresión, ¿qué sucede cuando se llega a escribir un libro con la lengua que ahora ha pasado también a ser propia? 

Una vez leí que la persona bilingüe siempre escribe desde una ausencia. Dice Sylvia Molloy en Vivir entre lenguas: “La elección de un idioma automáticamente significa el afantasmiento del otro pero nunca su desaparición. Ese otro idioma en que el escritor no piensa, dice Roa Bastos, lo piensa a él […] La ausencia de lo que se ha postergado continúa a obrar, oscuramente, como un tácito autrement dit que complica lo escrito en el idioma elegido y lo percude”. En su libro, Robby dedica un capítulo al creole. Dice que tiene una base léxica francesa, en la que el adjetivo no tiene género ni plural. Los pronombres personales tampoco tienen género: “Estos son algunos de cientos de ejemplos que relacionan el idioma creole con algunas lenguas africanas”. 

Robby maneja a la perfección el español y rara vez le escucho alguna expresión en creole. Me dice que le gusta manejarse con una de las dos lenguas, según con quién está hablando, pero si hay alguna expresión de traducción imposible, la utiliza tal cual. Hay palabras del creole que no tienen una equivalente en español, sobre todo porque se trata de una lengua que se encuentra en constante movimiento y que se nutre de imágenes, comparaciones y metáforas. Desde que conozco a Robby, aun cuando no le escucho ni una palabra en creole, la impronta de la lengua está en la forma de hablar: cuando me cuenta un suceso, lo hace con imágenes. En muchos de sus relatos, narra un recuerdo que es traído casi en forma de retrato o de escena de un cortometraje. 

Ahora estamos en casa. Es invierno y no tenemos calefacción. Caliento la pava y le pregunto si recuerda la primera vez que se detuvo a apreciar algunos lugares de Rosario. Una de sus primeras imágenes sobre la ciudad. Me dice la fecha, el 26 de diciembre. Salió a visitar el Monumento a la Bandera y después fue a un bar con amistades: “Caminaba con mucho cuidado, porque era mi primera vez en las calles rosarinas. No tenía el reflejo que tengo ahora al transitar por la ciudad. Mucha gente en la calle. Mucha luz, muchos restaurantes. Trataba de entender algo en las conversaciones de la gente. Me sentí un poco invadido también porque en el monumento había gente que quería sacarse fotos con nosotros”. Le pregunto por qué la gente se acercaba para eso. “Querían sacarse fotos con una persona negra. Éramos ‘exóticos’”.

Preparo más mate. Ya no estamos en el parque, hay silencio y tenemos las imágenes que se desprenden de nuestra conversación. Y nuevamente, sin la necesidad de que yo le pregunte, me cuenta de la primera vez que soñó con Haití estando acá: “Tenía un par de semanas aquí. Y en el momento del sueño estaba allá en Haití. Sentado. Mi amigo haitiano que me invitó a venir a la Argentina, estaba también. ‘¿Qué hacemos acá?’, yo dije ‘¿qué estoy haciendo acá si no tengo la precaria?, ¿cómo voy hacer para volver?’”. 

Nos reímos, ahora sin prestar mucha atención a lo que nos rodea, que es una casa con las paredes percudidas por la humedad. Lo veo mirar hacia adentro. 

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